En una oportunidad, durante una entrevista en la CBN, me preguntaron cuál había sido el primer libro que leí en mi etapa escolar. En ese momento, por un inexplicable descuido, olvidé mencionar que fue La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, nuestro laureado escritor que hoy, a los 89 años, ha partido de manera repentina a la casa del padre. Esa obra fue, sin saberlo entonces, mi puerta de entrada a una literatura que desbordaba realismo, crudeza y belleza.
Aquel libro marcó no solo una etapa de mi formación lectora, sino que abrió un camino por el que luego transité en mi etapa universitaria con avidez y admiración. Le siguieron Conversación en La Catedral (1969), donde se pregunta “¿en qué momento se jodió el Perú?”; Pantaleón y las visitadoras (1973), con su irónica lucidez; La guerra del fin del mundo (1981), épica y desgarradora; y La fiesta del chivo (2000), donde se enfrenta al rostro más oscuro del poder.
Vargas Llosa no solo fue novelista, sino también ensayista, periodista, dramaturgo, político, y sobre todo, un pensador libre. En La verdad de las mentiras (1990) nos enseñó que la ficción puede revelar verdades más profundas que la realidad. En El sueño del celta (2010), retomó la memoria del activismo contra la barbarie colonial, mientras que en Tiempos recios (2019), volvió a recordarnos cómo América Latina se repite en sus dolores.
Su Premio Nobel de Literatura en 2010 no fue sino la consagración oficial de lo que ya sabíamos: que su pluma había dado la vuelta al mundo y había puesto en lo más alto el nombre del Perú. Y sin embargo, más allá de los galardones, lo que queda es la huella de su obra, de sus personajes, de sus ciudades violentas y esperanzadas, de su búsqueda constante por entender el alma humana.
Yo, que me declaro acérrimo seguidor de Alfredo Bryce Echenique, jamás dejé de admirar a Vargas Llosa. Su forma de narrar, su disciplina férrea, su compromiso con la palabra escrita, me llevaron también a intentarlo, a escribir mis propias novelas, a ficcionar mis vivencias. Estoy, por supuesto, a años luz de nuestro extraordinario escritor, pero siempre supe que su obra era un faro que alumbraba a quienes veníamos detrás, con humildad y pasión.
Hoy se ha ido un gigante. Se ha ido el escribidor que se convirtió en cronista del Perú, en notario de sus tragedias y esperanzas, en ciudadano del mundo. Hoy, las letras hispanoamericanas están de luto. Pero también están agradecidas.
Descansa en paz, Mario Vargas Llosa. Gracias por tu obra, por tu valentía, por haber sido un escritor sin concesiones. Gracias, escribidor eterno.
Por : Richard Morris Riofrío.