El color del fervor
La procesión: un río de fe

Octubre llega a Lima y con él, un matiz distinto se apodera de la ciudad, ya que no es solo un cambio de estación; es una transformación espiritual y cultural que tiñe cada rincón de un profundo color morado. 

Este es el mes del Señor de los Milagros, una de las festividades religiosas más grandes y conmovedoras del Perú, que detiene el pulso acelerado de la capital para sumergirla en un ambiente de fervor, tradición y solemnidad.

La ciudad se detiene, pero vibra 

Desde los primeros días, el morado se convierte en el uniforme no oficial de miles de limeños, no es una moda, sino un hábito penitencial que simboliza la devoción al Cristo de Pachacamilla, hombres y mujeres, niños y ancianos, visten túnicas y el tradicional cucurucho, el velo de las hermanas nazarenas, en señal de promesa, fe o agradecimiento por los milagros atribuidos al Cristo Moreno. 

Las ventanas y balcones se adornan con telas moradas y blancas, las panaderías exponen el tradicional turrón de doña pepa , un dulce emblema de la época, y el aire se impregna con el incienso que arde en cada esquina.

El corazón de esta transformación se palpa en los días de recorrido procesional. Cuando las andas del Señor de los Milagros, cargadas por los hermanos de la hermandad, salen del santuario de Las Nazarenas, el tiempo parece detenerse, calles habitualmente caóticas, repletas de bocinazos y comercio, se convierten en sagrarios a cielo abierto. 

La procesión: un río de fe

Miles de fieles, apiñados hombro con hombro, siguen el recorrido de más de 20 horas, entonando cánticos y rezos que rompen el silencio reverente, la imagen, imponente y serena, avanza sobre un tapiz humano de devotos que se turnan para llevar el peso de la fe.

El paso del Cristo es un espectáculo de devoción organizada, los cargadores demuestran una fuerza física y espiritual admirable; las sahumadoras, vestidas con sus hábitos, crean una nube aromática con sus incensarios, marcando el camino; y las cantoras elevan sus voces en alabanza. 

Hay una atmósfera de reflexión y esperanza que contrasta con el ajetreo habitual de la metrópoli, el Señor de los Milagros no es solo una imagen religiosa; es un símbolo de identidad y resiliencia para los limeños, recordando los orígenes humildes de su culto, nacido en los barracones de esclavos en el siglo XVII.

El color del fervor

La transformación de Lima durante octubre no es solo estética; es logística y emocional, el centro histórico y los distritos por donde pasa el recorrido modifican sus rutas de transporte, cierran calles y establecimientos, la rutina laboral se adapta a los días de procesión.

Al finalizar el mes, cuando la última procesión retorna a su templo, el morado comienza a retirarse lentamente, Lima vuelve a su ritmo, pero lleva consigo la renovada energía y el compromiso que la fe del Cristo Moreno ha inyectado en sus calles. 

Octubre, sin duda, es el mes en que la fe transforma la urbe, demostrando que bajo el asfalto y el cemento, late el corazón ferviente de una tradición que se niega a marchitar, y queda en el corazón de todos los fieles devotos.

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Redactado por: Alexandra Luis