Que fue un gran teólogo es unánimemente reconocido, pero Joseph Ratzinger fue también un notable comunicador, con un estilo propio y distintivo, cuyo legado superará sin duda el límite temporal de su existencia terrenal. El hecho de que Benedicto XVI no fuera un comunicador de masas -por mucho que atrajera la atención de millones de jóvenes durante la JMJ- no desmerece en absoluto su estilo de comunicación. En primer lugar, como teólogo ha demostrado que incluso temas muy intelectuales pueden explicarse de forma sencilla y estar al alcance de un público amplio y no sólo de especialistas. El éxito de su Introducción al cristianismo, que sigue siendo -más de 50 años después de su publicación- un bestseller mundial en las publicaciones religiosas, demuestra la capacidad innata de Ratzinger para explicar la fe en Jesucristo y hacerlo con argumentos claros y un lenguaje fascinante y convincente.
Lo mismo puede decirse de la trilogía sobre Jesús de Nazaret, obra en la que Joseph Ratzinger ha puesto todo su empeño, logrando terminarla antes de su dimisión, a pesar de las dificultades de gobernar la Iglesia universal. Se puede decir, por tanto, que Benedicto XVI fue un gran testigo de la fe -y de su razonabilidad, como se desprende en última instancia de su testamento espiritual- también por el modo en que supo comunicarla. En particular, a través de sus escritos, sus discursos (algunos de ellos memorables, como recuerdan muchos en estos días) y sus homilías, definidas como «sublimes» por el padre Federico Lombardi por la sabia armonía entre teología, conocimiento de las Escrituras y espiritualidad.
No obstante, al Papa alemán no le faltaron gestos ni valor para «arriesgarse» en el vasto campo de la comunicación. Benedicto XVI fue el primer Pontífice en reunirse con víctimas de abusos sexuales por parte de clérigos. Un acto de gran trascendencia también en términos de comunicación en el que Ratzinger situó la escucha en el centro. Una escucha -como se ha visto en los encuentros durante sus viajes internacionales- alejada de los focos y marcada por la apertura y la empatía, condiciones imprescindibles para iniciar ese proceso de conversión del corazón que Francisco persigue ahora con convicción y que fue la base de la Cumbre sobre la Protección de Menores de febrero de 2019. Aunque no han faltado las críticas de algunos medios de comunicación por algunas de sus decisiones, Benedicto XVI siempre ha mantenido una actitud positiva hacia el mundo de los operadores de la información y la comunicación. Su conversación con el periodista alemán Peter Seewald dio lugar a Luz del mundo, un libro que abarca todos los temas más delicados de su pontificado, tocando incluso el tema de su dimisión. Benedicto XVI es también el primer Pontífice que ha enviado mensajes de texto (a los jóvenes de la JMJ de Sidney), que ha dialogado con los astronautas de la Estación Espacial Internacional, que ha respondido a preguntas en televisión el Viernes Santo (el de 2011), mientras que en la Navidad del año siguiente firmó un editorial en el Financial Times centrado en el compromiso de los cristianos en el mundo actual.
Sobre todo, Benedicto XVI es el primer Papa que se enfrenta a la irrupción en escena de las redes sociales, que remodelan profundamente el contexto comunicativo mundial precisamente en los años de su pontificado. Nada menos que cinco de sus ocho mensajes para las Jornadas de Comunicación Social están dedicados a este areópago digital sin precedentes. Juntos constituyen una especie de compendio del Magisterio de la Iglesia sobre esta nueva realidad que ha cambiado no sólo la forma en que nos comunicamos, sino también la manera en que nos relacionamos con los demás. Benedicto XVI capta enseguida el sentido de la revolución social, que no es tanto un medio que hay que utilizar como un entorno que hay que habitar. Por eso acuñó el término «continente digital» para referirse a las redes sociales. Un continente, como los geográficos, que requiere el compromiso de los fieles -especialmente de los laicos, en línea con Inter Mirifica- para evangelizar este nuevo territorio de misión. El Papa también entiende que debe superarse la distinción entre lo virtual y lo real, ya que lo que se comparte, y se comenta, en las nuevas plataformas tiene consecuencias concretas en la vida de las personas.
Benedicto XVI anima a los cristianos a ser testigos digitales en lugar de influencers, a transformar las redes sociales en «puertas de la verdad y la fe». Y no lo hace sólo con palabras. El 12 de diciembre de 2012, por primera vez, un Papa publicó un tuit a través de la cuenta @Pontifex abierta unos días antes. Algunos comparan este gesto con la creación de Radio Vaticano por Pío XI. No todos lo aprueban, temiendo una exposición del Papa a críticas y ofensas, pero Benedicto XVI está convencido de una elección que va en el sentido de la nueva evangelización. Una vez más, un Papa sabe aprovechar el potencial de las innovaciones tecnológicas para llegar a personas que, de otro modo, quedarían excluidas del anuncio del Evangelio. Pocas semanas después de que se abriera la cuenta, Benedicto XVI renunció a su ministerio petrino, pero @Pontifex fue «reactivado» por Francisco, que hoy -a través de sus tuits en 9 idiomas- llega cada día a más de 50 millones de seguidores. Si, por tanto, en los casi 8 años de pontificado Benedicto XVI comunicó utilizando los más diversos lenguajes con creatividad y valentía, en los casi 10 años como Papa emérito su comunicación ha asumido una forma distinta, invisible pero no por ello menos eficaz: la forma del silencio y de la oración.