La primera actividad pública del Papa Francisco en su 41º Viaje Apostólico a Hungría, fue el encuentro con las autoridades, representantes de la sociedad civil y el cuerpo diplomático. En el antiguo Monasterio Carmelita, tras recibir las palabras de acogida de la Presidenta de la República, Katalin Novák, el Pontífice dirigió a los presentes un rico discurso, inspirado en la capital del país, que no es sólo “señorial y vivaz, sino un lugar central en la historia” y como “testigo de cambios significativos a lo largo de los siglos, está llamada a ser protagonista del presente y del futuro”. Sobre Budapest, donde “se abrazan las suaves olas del Danubio”, el Papa compartió tres ideas: como ciudad de historia, ciudad de puentes y ciudad de santos.
Una ciudad de historia
El Papa recordó los orígenes antiguos de la capital húngara, “como atestiguan los restos de época céltica y romana”. “Sin embargo – precisó – su esplendor nos lleva a la modernidad”. Francisco evidenció que, aunque Budapest nació en “tiempo de paz, ha conocido conflictos dolorosos; no sólo invasiones de tiempos lejanos sino, en el siglo pasado, violencia y opresión provocadas por las dictaduras nacista y comunista”.
¿Cómo olvidar el año 1956? Y, durante la segunda guerra mundial, la deportación de cientos de miles de habitantes, con el resto de la población de origen judío encerrada en el gueto y sometida a numerosas atrocidades.
En este contexto, el Santo Padre destacó la labor de “muchos justos valientes”, – como el Nuncio Angelo Rotta – y la resiliencia y el esfuerzo de reconstrucción que ha llevado a la ciudad a ser el “centro de un país que conoce el valor de la libertad y que, después de haber pagado un alto precio a las dictaduras, lleva en sí la misión de custodiar el tesoro de la democracia y el sueño de la paz”.
Al recordar que este año se celebran los 150 años de fundación de Budapest, con la unión de tres ciudades: Buda y Óbuda, al oeste del Danubio, y Pest, situada en la costa contraria, el Santo Padre destacó que “el nacimiento de esta gran capital en el corazón del continente evoca el camino unitario emprendido por Europa, en el que Hungría encuentra el propio cauce vital. En la posguerra Europa representó, junto con las Naciones Unidas, la gran esperanza, con el objetivo común de que un lazo más estrecho entre las naciones previniera conflictos ulteriores”, recordó.
Políticas capaces de mirar al conjunto
En general, según el Papa, “parece que se hubiera disuelto en los ánimos el entusiasmo de edificar una comunidad de naciones pacífica y estable, delimitando las zonas, acentuando las diferencias, volviendo a rugir los nacionalismos y exasperándose los juicios y los tonos hacia los demás. Parece incluso que la política a nivel internacional tuviera como efecto enardecer los ánimos más que resolver problemas, olvidando la madurez que alcanzó después de los horrores de la guerra y retrocediendo a una especie de infantilismo bélico”, observó Francisco.
Pero la paz nunca vendrá de la persecución de los propios intereses estratégicos, sino más bien de políticas capaces de mirar al conjunto, al desarrollo de todos; atentas a las personas, a los pobres y al mañana; no sólo al poder, a las ganancias y a las oportunidades del presente.
“En este momento histórico Europa es fundamental”, añadió el Papa, porque, “gracias a su historia, representa la memoria de la humanidad y, por tanto, está llamada a desempeñar el rol que le corresponde: el de unir a los alejados”. Por tanto, “es esencial volver a encontrar el alma europea: el entusiasmo y el sueño de los padres fundadores, estadistas que supieron mirar más allá del propio tiempo, de las fronteras nacionales y las necesidades inmediatas, generando diplomacias capaces de recomponer la unidad, en vez de agrandar las divisiones”.
Redacción: Vatican News