Desde hace casi una década, la República Democrática del Congo se encuentra devastado por la oleada de conflictos y guerras internas. Este ciclo de violencia indiscriminada se ha agravado desde principios de febrero, mientras se intensifican los enfrentamientos entre el Ejército y grupos armados, como los rebeldes del Movimiento 23 DE MARZO (M23).
Según cifras de la Agencia de la ONU para los Refugiados, 135.000 personas habrían huido de la ciudad de Sake a causa del conflicto desde el 14 de febrero, sumándose a los 2,5 millones de desplazados en toda la provincia de Kivu del Norte desde que la guerra escaló hace ya una década.
Desde marzo de 2022, el recrudecimiento de los enfrentamientos armados en la provincia de Kivu del Norte, vinculado al resurgimiento del movimiento M23, obligó a más de un millón de personas a abandonar sus hogares, provocando un desastre humanitario sin precedentes.
Miles de familias obligadas a dejar sus hogares no cuentan con acceso a recursos básicos como agua potable o comida, y por si fuera poco, los últimos reportes informan de una serie de bombardeos en campos de refugiados.
La comunidad internacional condenó al gobierno de Ruanda por apoyar a los rebeldes del M23, quienes lanzaron una ofensiva en el este del país, interrumpiendo el suministro de alimentos a los civiles. Además, este grupo insurgente es acusado por el estado de intentar tomar sectores de la nación ricos en minerales.
Tras el inicio de los conflictos hace más de una década, se estima que más de 5 millones de personas han muerto a causa de enfrentamientos, enfermedades y hambre. Lamentablemente, para estas personas, no parece haber un final cercano a esta ola de violencia sin sentido.